Las trampas de la moral
Redacción
Quien intenta explicar la política con base en conceptos morales sufre un desfase intelectual de aproximadamente 500 años. Y la historia ha mostrado repetidamente que quien pretenda normar a las sociedades con base en este tipo de principios tiene la intención de instaurar una dictadura.
La moralidad servía como referente en sociedades sencillas y reducidas, donde se podía identificar un liderazgo a partir de cualidades reconocidas y había una visión predominante sobre cómo debían normarse las relaciones entre las personas. Sin embargo, la creación de Estados modernos y la creciente pluralidad hace necesario pensar en reglas del juego claras y respeto a las diferencias. Por otra parte, el realismo político ha mostrado que la mejor forma de combatir los defectos de la naturaleza humana es con los propios defectos de la naturaleza humana, a través de dividir el poder y diseñar mecanismos que limiten los márgenes de discrecionalidad de los gobernantes, además de propiciar la rendición de cuentas.
Al contrario, creer que en estas sociedades se pueden implantar visiones morales atiende a una visión colectivista: todos deben ajustare a un conjunto de normas aceptadas por la comunidad. Cuando logra implantarse esta visión por encima de las otras, entonces se vuelve aceptable censurar, marginar e incluso acabar con quien se considera ajeno.
Todavía peor, un líder que se asume como moral es el menos interesado en afianzar mecanismos de transparencia o rendición de cuentas en una sociedad: ¿para qué, si él es bueno? De esa forma no sólo se deteriora la institucionalidad, sino se podría reforzar la falsa idea de que un político debería tener una estatura moral superior al resto de los ciudadanos y por ello la actividad pública debería estar reservada a una élite moral.
Según se declaró el pasado lunes 26, la Constitución Moral debería, entre otras cosas, fomentar la solidaridad y el respeto, inhibir la corrupción, promover la honestidad, la paz y la justicia, así como el respeto a los derechos humanos y desterrar el abuso de autoridad.
Suena bonito, pero además de los problemas arriba planteados, hablar de “constitución” puede restar peso simbólico a las leyes ya codificadas. Y si algo sabe López Obrador es sobre símbolos políticos.
¿Qué hacer? Estamos en una disyuntiva: o protegemos las leyes y hacemos lo posible por reforzarlas y perfeccionarlas o caemos en un coma donde sólo pese la palabra de una persona a través de diversos textos, valores morales e intérpretes. Frente a las trampas de la moral, contrapongamos palabras como “ética”, para empezar.